Hebreos 12:11
Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por medio de ella han sido ejercitados.
¿Por qué sentimos dolor?
¿Por qué nos duele? Hay numerosas razones. Sentimos dolor físico para evitar
daños a nuestro cuerpo. Cuando le dice a un niño que no toque la estufa, lo escucha,
pero no lo entiende hasta que toca la estufa. Sus dedos envían una señal en
menos de un segundo: “Esto duele, muévete”. Y mueven la mano mientras empiezan
a llorar de dolor. El dolor físico protege y enseña. El dolor emocional funciona de la
misma manera. Cuando un niño es abandonado por sus padres, ellos también
lloran, al menos al principio. ¿Por qué? No les gusta la sensación de estar
abandonados/separados por el confort que desarrollan en casa. Lloramos cuando
nos sentimos traicionados o heridos por aquellos en quienes confiamos o
conocemos. El dolor emocional también tiene un propósito. Se nos da la
oportunidad de crecer y madurar en cómo nos hacen sentir los demás y en lo que
hacemos para causar dolor en la vida de los demás. El dolor emocional es un
arma de doble filo para los humanos. Causamos dolor emocional y lo recibimos regularmente
porque no entendemos nuestros corazones manipuladores.
Tardamos en aprender (a veces no aprendemos en esta vida) lo
egocéntricos que somos. Anhelamos creer que nuestras reacciones emocionales
están justificadas porque las “sentimos”. No elegimos herir (ni herir a otros)
emocionalmente. O eso pensamos y queremos creer.
Aquí es donde entra el aspecto espiritual del dolor emocional. Dios nos
coloca en circunstancias (físicas o emocionales) en las que nos sentimos
incómodos. Sentimos y percibimos dolor. No nos gusta dónde estamos en la vida.
Sabemos que nos sentimos incómodos y comenzamos a pedir (luego repetimos con
urgencia, luego exigimos) que Dios cambie nuestro dolor. Se “supone” que Él nos
ama. Somos Sus hijos. Algo anda muy mal en nuestras vidas. Y está mal.
Pero no es Dios el que está equivocado. Somos nosotros. Estamos
equivocados porque Dios permite el dolor – el malestar causado espiritualmente –
para nuestro bien y Su gloria. Somos lentos para aprender este concepto (a
veces nunca lo hacemos). Nos equivocamos al insistir en que tenemos todo lo que
nuestros corazones pecaminosos exigen. Asumimos erróneamente que, porque
“sentimos” esta necesidad, está justificada. Cuando –casi siempre– no lo es.
Nuestro egoísmo no está justificado. Nunca. Nuestro deseo de exigir una vida
cómoda –física o emocionalmente– desafía la realidad de la vida en un mundo
caído. Vida en esta tierra donde a Satanás se le permite ser el príncipe del
aire (el príncipe de este mundo). Porque Satanás y sus siervos pueden confundirnos y a los demás. También, donde todos los humanos (aparte de
Jesucristo) nacen en pecado (una condición egocéntrica y deliberadamente
incorrecta). Es obvio que encontraremos y causaremos dolor emocional y
espiritual. Inevitable.
Y cuando nuestro amoroso Señor comienza a enseñarnos, a través de la
autodisciplina, la profundidad de nuestro “mal” y nuestro “egoísmo”, lo
rechazamos a Él y a la lección que “se supone” que debemos aprender. No
queremos sentir daño. No queremos entender lo egoístas y egocéntricos que
somos. Huimos del problema y culpamos a otros o culpamos a Dios por nuestro
dolor. Entonces, llegamos a Hebreos 12:11. Nuestra necesidad de aprender cuánta
incomodidad causamos requiere disciplina. Autodisciplina. Nuestros corazones no
quieren ser controlados. No quieren reconocer que son egocéntricos. Entonces,
nos duele cuando comenzamos a comprender que somos egoístas. Somos pecadores.
Aunque seamos salvos eternamente. Pero nuestra salvación no es completa. Salvos,
pero todavía no. Entonces, con dolor aprendemos a comprender que no somos
amables. Y nos duele cuando nos damos cuenta.
Cuando entendemos que el dolor que Dios causa es para nuestro beneficio,
aprendemos a abrazarlo. Aprendemos que la autodisciplina necesaria para no ser
egocéntrico es en realidad un buen ejercicio. Aprendemos que nuestros corazones
son engañosos. Nos volvemos más conscientes del poder de nuestra “carne”. Y
entendemos que no somos “buenos” por naturaleza. Somos “buenos” cuando
aprendemos a morir. Y permitir que Jesucristo reine en nuestros corazones
(Apocalipsis 3). A medida que nos llenamos del Espíritu Santo, nuestros
corazones egoístas se quejan y crecemos en Él. Después de aprender esto, nos
llenamos de Su paz. Su presencia. Su amor. Y entendemos que la autodisciplina
(y morir a nosotros mismos) es un buen ejercicio.
Comentarios o preguntas aquí, por favor.
ReplyDeleteWow muy cierto la mayoría del tiempo no queremos el dolor eh incluso hacemos lo necesario para evitarlo o simplemente nos victimizamos de lo que estamos pasando. Hay momentos que incluso como dices exigimos a Dios que no lo quite El dolor por el cual pasamos como si fuera Dios nuestro mago personal y creo es ahí donde nos deberíamos de dar cuanta de que nuestro corazón no está en el lugar correcto. Me recuerdo que en una ocasión escuché una canción donde habla de aprender amar y abrazar el dolor y sentí que el señor me estaba hablando a mi y se me hizo loco jeje y dije como voy amar el sufrir eso es de locos, pero es cierto el señor siempre te quiere enseñar y mostrar cosas en tu dolor y cuando agradeces hasta por tu dolor tal vez tu circunstancia no cambia pero tu actitud hacia tu circunstancia sii y hace una gran diferencia en cómo ver y que hacer con lo que estás pasando pero sobretodo aprendes a confiar en Dios, hay que aprender a escuchar la voz del creador y su susurro en el caos de nuestras vidas..muchas veces incluso hay que apagar el ruido del mundo para poder escucharlo y estar en sintonía con El.
ReplyDeleteAmén. Es bueno de escuchar y reflexionar. Desafiante de hacer.
ReplyDelete