Salmo 23:6
Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán
todos los días de mi vida,
y en la casa del SEÑOR moraré por días sin fin.
David, el rey de Israel,
el hijo menor de Jesé, no debería haber sido Rey. Fue elegido por el Dios vivo
para ser rey porque el Dios soberano quería que él reinara. David no pidió
existir. Nuestro Padre omnisciente creó a David porque quería.
David vivió hace unos 3.000 años. Su vida como rey, comparada con la
nuestra hoy, fue una carga. No tenía ducha (regadera) ni silla de baño
(escusado). No tenía microondas ni supermercado. No hubo autos con aires
acondicionados o calentadores (calefacción).
A pesar de su entorno “difícil” y de su muy difícil vida familiar
después de Betsabé, David sabía que estaba más que bendecido. Sabía que nada
podría separarlo del amor fiel (hesed) de su Señor (Rom. 8). En Su gracia y
misericordia, Dios le permitió a David entender que iría al cielo a pesar de
todos los errores que cometió como rey, esposo y padre.
Seguramente el bien y la misericordia me seguirán… ¡Qué palabras de
seguridad! ¡Qué confianza podemos tener en esta vida caída! No por el bien que
hacemos.
Pero debido a
QUIÉN ES DIOS.
Y habitaré en la casa del Señor para siempre… Esta es la promesa que
debería ayudarnos a mantener la cabeza en alto mientras miramos hacia el
futuro. Cualquier cosa que la vida traiga – cualesquiera que sean los problemas
y malestares que surjan – nuestro destino eterno es seguro. “El ojo no ha
visto, ni el oído ha oído, y no podemos imaginar el hermoso cielo que el Señor
ha creado y nos espera” (1 Cor. 2:9).
“Voy a preparar lugar para vosotros”. (Juan 14:3) Jesús lo
prometió. Lo que Él ha declarado – ¿quién puede cambiarlo?
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