Romanos 12:3
Digo, pues, por la gracia que me es dada,
a cada cual que está entre vosotros,
que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener,
sino que piense de
sí con cordura (σωφρονέω),
conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.
Nos cuesta
comprender “cómo” debemos pensar como cristianos. Pablo declaró en el versículo
anterior que nuestras mentes deben ser “renovadas” (v. 2). Para que nuestras
mentes se “renueven”, necesitamos aprender y reflexionar sobre los conceptos
que debemos conocer / saber para que la “renovación” se produzca. Debemos
estudiar y meditar en la palabra de Dios. La manera “correcta” de pensar
requiere tiempo y dependencia del Espíritu Santo. Este proceso se llama
santificación.
A medida que
“crecemos” en el conocimiento y la gracia de nuestro SEÑOR, no debemos
volvernos “orgullosos”. No hay nada que aprendamos, logremos o lleguemos a ser
EN JESUCRISTO que ÉL no haya permitido y provisto. Debemos pensar con buen
juicio. La palabra griega para “buen juicio” es muy difícil de traducir. Los
griegos eran un pueblo muy reflexivo y filosófico. Hay muchas ideas y conceptos
que se incluyen en el trasfondo de la palabra “σωφρονέω” – “sophroneo” (ser
sobriamente sabio). Para los propósitos de este devocional, basta decir que
debemos ser considerados, pensativos, y reflexionar sobre nuestro lugar correcto
o adecuado en la vida. Debemos tener “buen juicio” – σωφρονέω. Debemos SER
sobriamente sabios. Un pueblo que piensa sobriamente (σωφρονέω) con “mentes
transformadas”. Ya no percibimos la vida con las exigencias y deseos egoístas
de nuestra carne. Somos profundamente diferentes. A medida que crecemos en nuestra
transformación hacia las personas centradas en Cristo que ÉL quiere que seamos –
anhelamos con mayor intensidad honrar a nuestro SEÑOR y a SU cuerpo – la
iglesia.
A medida que “crecemos”
en nuestra comprensión de SU gracia, apreciamos más todo lo que JESUCRISTO ha
hecho, hace y hará por nosotros. No tenemos nada de qué enorgullecernos. Si el
ESPÍRITU SANTO nos convierte en cristianos “maduros”, entendemos que esto
ocurre solo por SU gracia. Ningún pecador recibirá don ni habilidad espiritual
que no provenga de la gracia de JESUCRISTO. No naceríamos (ni podríamos) de
nuevo si no fuera por SU gracia, demostrada literal y completamente en la cruz.
Porque ÉL murió – podemos “vivir” para ÉL. Y todo lo que llegamos a ser o
seremos es porque ÉL así lo quiso. Nunca nos atribuiremos el mérito de nada
bueno que hagamos en SU cuerpo. Solo podemos lograr cosas buenas cuando
confiamos en el ESPÍRITU SANTO y permitimos que nuestras mentes sean
transformadas. Por lo tanto, no debemos atribuirnos el mérito de lo que ÉL ha
hecho. No debemos tener un concepto “alto” de nosotros mismos.
La última parte
de este versículo es interesante (y desafiante para nosotros – pecadores). “Según la medida de fe que DIOS ha dado a
cada uno”. Nuestro SEÑOR es soberano. ÉL sabe y ha declarado cada detalle
de lo que ha ocurrido u ocurrirá. Nada LE puede sorprender. ÉL sabe cuánta fe
nos ha otorgado a cada uno. Sin embargo, nosotros no lo sabemos. Y ÉL, con
justicia y perfección, nos hace responsables de la fe que nos ha otorgado. Hay
hermanos y hermanas en SU cuerpo que pueden tener dificultades y lograr muy
poco; sin embargo, ÉL honrará su compromiso con ÉL cuando se presentan ante ÉL.
Y hay quienes son muy “importantes” para SU cuerpo, según nuestra perspectiva,
que pueden “sufrir pérdidas” al presentarse ante ÉL porque no ejercieron la fe
que les fue otorgada. No podemos saber estas cosas. Solo podemos saber que es
nuestro “trabajo” – nuestra labor – “llevar las cargas los unos de los otros”.
Podemos “percibir” a nuestros hermanos como débiles – cuando hacen TODO lo que
pueden. Quizás se les haya concedido “menos” fe. Y nuestro SEÑOR quiere que los
animemos y los amemos hasta que estemos ante ÉL. Así como ÉL nos ama y nos
anima todo del día – cada día.
Digo, pues, por la gracia que me es dada,
a cada cual que está entre vosotros,
que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener,
sino que piense de sí con cordura (σωφρονέω),
conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.
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